44 mundos a deshoras

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En la antología  44 mundos a deshoras participan cuarenta y cuatro autores que han accedido a dedicar su singular mirada sobre el nombre de nuestra editorial. Son relatos, ilustraciones y poemas con el leitmotiv de Adeshoras, en el que han participado  autores ya consolidados, los autores con los que hemos iniciado nuestra aventura editorial y otros a los que aún no les ha llegado la oportunidad de ver publicadas sus obras. El resultado ha sido una interesante muestra de mundos poéticos, narrativos y gráficos en los que el transcurrir del tiempo es el eje: mundos en permanente conflicto con el tiempo, donde las horas transcurren veloces o lentas y donde se mezclan los mundos cotidianos con otros más rebeldes, imaginarios o transgresores.

Los autores provienen de facetas artísticas dispares: de la poesía, de la narrativa, del teatro, de la música, de la ilustración, de la pintura, de la escultura o del grabado. Son artistas inquietos y comprometidos con su tiempo, que han confiado en una editorial nueva como Adeshoras para publicar sus trabajos.

Participantes en esta antología (por orden alfabético):

Abilio Estévez, Anamusma (ilustradora), Andrés Portillo, Carlos Candel, Carlos G. Algovia, Carlos Lapeña, Carlos Ollero, Clara Obligado, Elvira García, Eva Hibernia, Ezequías Blanco, Fermín Peñas, Fernando Ferro (ilustrador),  Fernando Puente (ilustrador), Francisco Javier Guerrero, Javier Alcolea, Javier Fernández Panadero, Jesús Díez, José Luis Esparcia, José María Merino, José María Verdú, Juan Seoane, Juan Serrano, Laura Freijo, Manu Garpe, María Tena, Mariano García, Marisol Torres, Maytekano (ilustradora), Miguel Ángel Martín, Mimi Munné (ilustradora), Myriam Vélez (ilustradora), Neus Aguado, Pepe Viyuela , Raquel F. Sáez (ilustradora),  Rulo Pardo, Sidney Gámez, Silvia Añover, Soledad Velasco (ilustradora),  Susana Noeda, Teresa Urroz, Xabier López López, Yanet Acosta y Zulema Sánchez (ilustradora).

La antología ha sido coordinada por Susana Noeda y Elvira García y la cubierta del libro es obra del artista Fernando Ferro.

Los derechos de autor de esta antología se cederán a dos ONG’s: Médicos Sin Fronteras y Payasos Sin Fronteras.

 

Titulo: 44 mundos a deshoras
Autores: Varios autores. Antología
Área Temática Relatos, ilustraciones y poemas
Formato: 13,5 x 21 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 206
ISBN: 978-84-940639-5-4
A continuación podéis leer el texto con el que participo en esta antología:

INOPORTUNOS

Sentado al borde del teclado escribo estas líneas a altas horas de la madrugada. Siempre es así. Me gusta escribir cuando todo el mundo duerme, cuando la noche ha devorado todo el ruido y el mundo está en calma. La luz de mi pantalla lo inunda todo y cada vez me siento más como un animal nocturno, como una de esas polillas que aparecen desde las entrañas de la noche y desafían a la luz con su vuelo feroz.

Al arrastrarme a la cama descubro que tengo el cuerpo cubierto de un extraño polvillo blanquecino y me acuerdo de Kafka. ¿Me estaré convirtiendo en un insecto?

I (de la madrugada)

La mujer apaga delicadamente el cigarrillo con su pie. Luego estropea el carmín de sus labios con el borde de la copa de vino tinto. Conozco este territorio. Es la cara oculta de la luna, esa extensa área que es el límite de las cosas. Cuando te sumerges en ella por primera vez sientes una mezcla de excitación y pavor.

Con un eficaz gesto ella se estira la falda antes de abandonar su banqueta y yo comprendo que es muy tarde. Desprende su móvil de la barra y una mirada fugaz atraviesa el límite en el que me hallo. No es la primera vez que me encuentro en este espacio. Es como estar en la linde, en una medianera constante, como atravesar un campo de minas a través de un camino invisible. Estoy tan acostumbrado al tiempo que se acumula más allá del reloj que a veces pienso que me he perdido del todo. Es en esos momentos en los que te ausentas de tu zona de confort y todo es posible, incluso que un conejo blanco con curvas de mujer te arranque los pies de una barra a altas horas de la madrugada. Una vez que recorres el límite ya no hay vuelta atrás. Con un poco de suerte te balanceas con esfuerzo por la cuerda floja, tratando de no caer al vacío. Si das un paso en falso, te adentras en la zona oscura. Eso te asusta, pero a la vez te anima a continuar, como cuando de niño salías de casa y atravesabas los límites impuestos por tus padres.

Al verla caminar, mi mente evoca palabras obscenas. No demasiadas, nunca debo atravesar el umbral de la vulgaridad. Igual que si de las especias en un exótico plato se tratara, calculo el punto justo. En este territorio es fácil dejarse llevar y perder del todo el control. Quiero verla tumbada bajo mi cuerpo, deshaciendo el engranaje que lo cotidiano ha tatuado en mi piel.

Descuento el tiempo de mi cartera y lo reparto generosa y velozmente al camarero. Él es un profesional de la nocturnidad. Y yo, me escabullo tras ella. Ahora parece que el tiempo se haya detenido, que no exista. Y lo que sucede esta vez es distinto a las anteriores, pero el sentimiento es el mismo. Tengo la sensación de estar desubicado, como un ascensor que se detiene entre dos plantas.

No hace falta hablar demasiado. Los dos nos sabemos el camino, aunque nunca antes nos habíamos visto. Sin embargo, los que frecuentamos este espacio del tiempo nos reconocemos con facilidad. Acto seguido la beso y penetro sus límites mientras pienso en la adolescencia, esa franja de tiempo donde siempre se vive fuera de la norma.

II (de la madrugada)

Ella conoce el punto débil de la noche, esa delgada línea en la que la oscuridad ha saturado al día y ya es tarde para todo… o casi todo. Con la fría y afilada hoja de la marginalidad desgarra el vientre de su oscuro enemigo. De él sólo pueden salir basura y algún que otro monstruo. Sin embargo, como en todo vertedero que se precie, también se encuentra de vez en cuando algún tesoro abandonado. Ella lo sabe, es en sí misma un claro ejemplo de ello.

Aquel muchacho bien podría ser un monstruo nocturno más, uno de esos con pinta de ángel que finalmente siempre terminan por enseñar los colmillos. Pero la vida es un conjunto de sacrificios más o menos ordenados que nos permiten saborear un número limitado de beneficios bastante desordenados. Eso piensa ella. No hay forma de saberlo, tendrá que desnudarlo primero.

Apaga el cigarrillo, se estira la falda y arranca el móvil de la barra camino de la puerta. El joven la sigue fuera, dispuesto a todo. Éste la conduce a su madriguera en un bonito deportivo. Es un lugar confortable, lujoso, pero huele a soledad. Toman una breve copa antes de descorchar la cama. Y justo cuando van a realizar la transacción, ella busca un preservativo en su bolso. No está. El bolso. Se le ha olvidado en el bar, colgado de una banqueta.

III (de la mañana)

La gente siempre se muere Adeshoras. Suele ocurrir en el peor momento. Te hacen dejar el trabajo a medias, abandonar una buena conversación e incluso salir de la cama para ir al tanatorio. Tengo una tía que murió de improviso en el hospital. Fue tan inoportuna que lo hizo en la misma habitación en la que estaba falleciendo su marido. Camino del funeral sonó en la radio de mi coche “For ever young”, de Alphaville. ¡Qué desfachatez!

La otra noche me sacaron de la cama en pleno sueño. Aún algo embotado cogí el coche y me desplacé al lugar de los hechos. Allí me esperaba una pareja de agentes.

-Buenas noches -dijo uno de ellos.

-Buenas noches -contesté frotándome los ojos.

-Hemos encontrado esto en una de las orejas del animal y el alcalde nos ha dicho que le pertenecía a usted.

El hombre me tendió una enorme etiqueta marcada con una serie de números negros que contrastaban con el fondo de color amarillo. Reconocí al instante los números.

-Así es. No se ha equivocado. No sé cómo ha podido suceder. Arreglé la valla este verano para que no se escaparan.

-¿Ha traído los papeles del seguro?

-Claro, los tengo en la guantera, espere un segundo.

Mientras rebuscaba los papeles en el coche pude comprobar cómo un enfermero cubría con una sábana dos cuerpos. Un hombre y una mujer. Algún desgraciado había tenido la mala suerte de toparse con una de mis vacas en plena noche. La vaca había atravesado la ventanilla del deportivo y había destrozado por completo la parte delantera del mismo.

Me dirigí hacia el agente con el que había hablado, papeles en mano. Éste ahora conversaba por teléfono.

-¿Sí? ¿Estás seguro? De acuerdo, gracias -finalizó la conversación-. Al parecer han encontrado el bolso de la chica en un bar de alterne -le comunicó al otro agente mientras guardaba el teléfono en el bolsillo-. Debieron de salir en plena noche en su búsqueda… una pena.

-Aquí tiene los papeles -dije tratando de disimular que había escuchado sus últimas palabras.

Al final voy a tener que darle la razón a mi padre cuando decía que no caminara a deshoras por la calle, que nada bueno iba a encontrar; me dije. En ese instante una polilla interrumpió mis pensamientos. Revoloteaba insistente en el único faro que había quedado vivo en el vehículo que atropelló a mi vaca. Su aleteo me recordó que al día siguiente tenía que madrugar, aunque… a esas horas… lo mejor sería ir al bar.

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