Inclúyeme, por favor, en tu algoritmo.
Ya he hecho todo lo que había que hacer para que eleves mi petición a súplica.
Estoy en condiciones de reivindicar mi derecho a no ser condenado al olvido.
He manoseado los extremos con mis manos, con toda la intensidad que me han permitido mis palmas. He conjurado contra aquellos que no piensan como yo, con todo el odio que soy capaz de irradiar. No me dejes fuera. He disfrutado como un niño viendo cómo derivas mis búsquedas hacia territorios cada vez más extremos de nuestro saber. El sexo, pornográfico. El deporte, el más arriesgado. He jugado a matar. He soñado con robar a manos llenas. Me he reído del mal ajeno. Me he dejado llevar por borrascas ciclónicas y tormentas de nieve Así que creo que me merezco un hueco en tu logaritmo.
Llena mi boca de burla e insultos, condéname con tu libertad de expresión. Y si tengo que emigrar, inclúyeme en tu patera, ahógame en tu océano de macrodatos. Hazme vivir en la casa más pequeña del mundo, desnudo en mitad de la selva o… ¡Desáhuciame! Aliméntame con comida basura, insectos, cantidades desorbitadas de grasa y azúcares, litros y litros de batido proteico. Conviérteme en tu récord, en una mole de músculos, en el hombre más alto o el más bajo. Permite que me acuchille yo mismo con las uñas más largas del mundo. Seleccióname para tu programa de desentretenimiento, déjame que compita hasta romperme la voz, humíllame en público o pínchame con tus rosas adormideras. Introdúceme en la persecución más peligrosa. Olvídame durante años en mi habitación. Entiérrame en una enorme cripta alzada sobre décadas de odio y miedo o bajo toneladas de barro. Arráncame la piel a tiras en alambradas. Vísteme con el rostro vacío de dictadores, héroes o mártires. Ataca mis pilares más básicos con tu terror, pero déjame existir. Transfórmame en soldado o en pirata y oblígame a luchar en una guerra. Róbame mis riquezas a golpe de machete. Méteme en tu campo de concentración o conviérteme en tu muro. Tortúrame en un sótano frío y oscuro durante décadas. Incinérame. Denúnciame por corrupción. Júzgame por terrotismo. Límpiame los mocos con tu bandera. Dególlame en tu canal. Hazme tu mártir o tu rey. Aunque sólo sea por un segundo, señálame con tu marketing, permite que me encuentren, que me engorden y me consuman hasta ser desgastado, que me adquieran por correspondencia inmediata. Inclúyeme en tu catálogo, hazme tu cerdo. Conviérteme en tu spam. Tortúrame o sálvame, quema de golpe cualquier atisbo de grasa de mi cuerpo. Oblígame a renunciar a la filosofía. Viólame en público y compártelo con todo el mundo en tu red social para después llenar mi cuerpo de desvergüenza y de Me gustas. Arrójame a las vías de tu testosterona. Acósame en tu escuela. Insúltame en público. Reniega de mi idioma y conquístame con tu lengua. Dame tu premio millonario y haz de mí un adicto. Opérame. Licua mi esencia en tu insecticida más letal. Destruye mis árboles y asfíxiame con tu plástico. Duérmeme con la nana aterradora de tu barbarie.
Reconstrúyeme útil, conviérteme en una noticia falsa, haz que me odien, pero hazme tuyo. Pásame tu factura al interés más elevado. Nigunéame, pero hazme sentir que soy importante. Mírame.
No me dejes fuera, álzame con tu algoritmo del odio para que me recuerden, para que exista, aunque solo sea un segundo. Piénsame, siénteme extremo.
Y luego… Deja que pase de moda, llévame a la autodestrucción.