Al hilo de algunos comentarios leídos estos días en Twitter en torno a la necesidad de “corregir” al alumnado, y sin ánimo de dar lecciones a nadie, voy a escribir algunas reflexiones al respecto por si son de utilidad para alguien:
En primer lugar, me gustaría aclarar que cuando hablamos de “corregir” parece que a veces lo confundimos con regañar o castigar. Y no es lo mismo. Corregir es básicamente modificar algo que no está bien o que necesita algunos cambios. Y para esto no es necesariamente preciso usar la fuerza bruta.

¿Se puede corregir una conducta con una actitud cariñosa y respetuosa? Por supuesto. Yo lo hago constantemente y desde luego que funciona. A veces, una sonrisa es tan desconcertante (en el buen sentido) como un grito, sobre todo para aquellos que no están acostumbrados a recibir buen trato.
Por desgracia, es cierto que muchos alumnos parecen haber desarrollado cierta “inmunidad” a cualquier tipo de corrección que venga de un adulto si no viene acompañada de grandes “señales luminosas” o, por decirlo de otra manera, de un elevado tono (llámese grito, enfado, castigo, chantaje…). Un alumnado que no está habituado a los buenos tratos, al que le cuesta empatizar porque no es lo que suele recibir, que tiene una actitud egoísta porque está acostumbrado a perder y a ganar sólo a base de cierta violencia.
Este alumnado que parece no escuchar requiere de mucho más trabajo y empatía por nuestra parte, y desde luego que es difícil en el día a día, que nos cuesta no caer en ciertas dinámicas, que no es fácil. Pero de eso va nuestra profesión, de ir adquiriendo herramientas profesionales para educar cada vez mejor.
¿Corregir sin elevar el tono/enfadarse/castigar significa que no haya consecuencias? Por supuesto que no. De hecho, el grito o la regañina es lo que más evita incidir en la comprensión del problema, en enseñar a empatizar, en asumir las consecuencias de una mala acción. Parece que con eso ya está, ya van a entender lo que han hecho mal, lo que queremos de ellos. Nada más alejado de la realidad.
Cuando gritamos/regañamos/castigamos al alumnado (en especial al más problemático), de alguna manera, les estamos diciendo que no hay esperanza, que van a seguir viviendo lo mismo una y otra vez, que esta es nuestra sociedad y que sigan comportándose así.
Por eso, ante cualquier mala acción de nuestro alumnado cabría hacernos la pregunta no sólo de qué estrategias educativas vamos a diseñar para corregir ese cambio, sino qué tipo de sociedad queremos construir.
¿Cambiar conductas de esta forma significa que somos blandos con el alumnado y que no nos van a hacer caso?
Puede que al principio no comprendan del todo el mensaje, que les cueste enfrentarse a unas formas a las que no están habituados, que sigan comportándose de manera “egoísta”. Pero sólo se puede educar en el respeto y la empatía desde el respeto y la empatía. Sólo podemos hacer comprender al alumnado la importancia de sus actos si hacemos que se centren en ellas, sin otros ruidos que deriven sus emociones hacia otros territorios, que les despisten de los esencial. Es preciso sentarse con ellos, dialogar, explicarles, darles nuestra visión. Y como dirían ellos mismos: ser muy pesados. Pero es fundamental cambiar la deriva de una comunicación basada en la agresividad como vehículo o señal para que se nos escuche.