Perdió la pierna en un accidente, pero su pie ya vacío seguía caminando por un mundo desconocido e invisible. Podía sentirlo en otro lugar, tan cerca y tan distante a la vez, pisando otro suelo, otras piedras. “Un pie vidente”, se dijo, “aunque torpe también”, pues era incapaz de reconocer las texturas y las formas de aquello que tocaba. Necesitaba cortarse un brazo para poder palparlo todo con las manos. Comprobó que efectivamente podía acariciar con su inexistente mano un lugar del que jamás había escuchado su nombre. Se amputó uno a uno todos sus miembros para poder sentir con mayor plenitud lo que se movía al otro lado. Pero no fue suficiente: decidió separar su cabeza del tronco, y asomarse al fin a ese espacio inabarcable que se abría en los confines de los tendones y los huesos. Abrió los ojos tímidamente y lo que vio entonces le dejó frío. El mismo mundo, pero invertido.
Diario de Oz, 11-05-11