A veces pienso que debe de haber algún tipo de tejido invisible que conecte unos cerebros con otros, o que somos un organismo único con miles de millones de células dispersas por la faz de la Tierra que van creciendo y evolucionando al mismo tiempo. De hecho, ¿no te ha pasado nunca eso de que se te ocurre una idea super ingeniosa y al día siguiente ves que alguien acaba de inventarlo o ya lo había inventado? También puede ser que simplemente todo esté inventado y, además, la mayoría de las veces, mejor de lo que se nos pueda ocurrir.
Algo así me ha sucedido hace poco. Se me ocurrió un pequeño cuento infantil para hablar de los duelos y las pérdidas en los niños. Hice un primer boceto, incluso con ilustración incluida, y tan sólo unos días después descubrí que el cuento ya estaba escrito, o al menos algo parecido. Y juro que nunca había leído ese cuento, así que la opción del plagio queda descartada. ¿Coincidencia? ¿Karma? ¿El chupacabras? Os dejo el texto a continuación, a ver si sabéis de qué libro hablo (sólo es un boceto, que conste):
«Marta se despertó una mañana de mala gana. Algo raro en ella, pues siempre lo hacía de buena.
El malestar le nacía de dentro, en lo más profundo del pecho. Se incorporó lentamente y se puso las lentes. Entonces lo vio. Cosa difícil, pues lo tenía bien cerca, justo debajo de la barbilla. Jamás había visto nada igual. Un agujero en el pecho. Redondo, profundo, vacío. Le crecía hasta la espalda. Bueno… hasta donde un día estuvo ésta.
Aquel hecho la angustió aún más. ¿Qué iba a hacer ella ahora? ¿Cómo iba a salir así a la calle? ¿Cómo podría comer? ¿Cómo vivir con aquel agujero?
No desayunó, por miedo a que la leche se vertiera en su interior. No se vistió, no fuera que no le valiera la ropa. No se lavó, por temor a mojarse las entrañas.
Salió a la calle en dirección al colegio sin despedirse de sus padres. No levantó la cabeza en todo el trayecto, aunque podía sentir las miradas de los viandantes. Seguro que pensaban que era un bicho raro, una vacía, una inacabada, una incompleta, alguien a quien huir.
Y en el colegio se pasó la mañana sin hablar, acurrucada en su pupitre, con miedo a levantar la barbilla del pecho y que alguien pudiera verle el agujero que la partía por dentro.
En el patio se le acercó una niña. Era un poco más pequeña que ella.
-¿Quieres la mitad de mi manzana? -le dijo.
La pequeña pensó que se le había olvidado el desayuno y por eso no la había visto comer.
Marta negó con la cabeza.
– ¿No quieres comer nada? -insistió la niña- A mí no me importa compartir mi comida contigo, de verdad.
Marta levantó la cabeza. Quería mirar con sus propios ojos a aquella niña tan amable y cuidadosa. Y, al alzar el rostro, sin desearlo, dejó su vació al descubierto. Se dio cuenta por la reacción de la niña. Ésta la miró al pecho y abrió los ojos y la boca con tanta intensidad que pareciera haberse contagiado por el agujero.
– ¿Qué es eso? -preguntó la niña asombrada, señalando el hueco.
Marta se encogió de hombros. No sabía lo que responder, pero sí podía adivinar lo que iba a suceder a continuación. O eso pensaba ella.
– ¡Qué suerte tienes! -exclamó la niña.
Marta pensó que lo decía de broma, para reírse de ella, así que volvió a levantar la vista para mirarla fijamente a los ojos con la intención de descubrir en ellos la mentira. Pero no fue capaz de encontrarla. La niña estaba fascinada con su agujero.
– ¡Yo quiero uno! ¿Cómo lo has conseguido?
Marta no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo era posible que le gustara su agujero en el pecho? ¿Qué clase de niña deseaba sentirse tan mal?
– ¿Por qué? -se atrevió a preguntar.
La niña la miró de nuevo a la cara. Parecía desconcertada.
– Pues porque podrás llenarlo con aquello que tú quieras, con lo que más te guste, con aquello que desees.«
Para una vez que se me ocurre un cuento infantil…