Elliot cogió la pequeña perla entre los dedos y leyó las instrucciones del envase.
Introducir la perla primero en la boca hasta que se haya consumido al completo la primera capa (sólo le llevará 15 segundos). Después secar la perla con cuidado y colocarla en la consola para disfrutar de una increíble Experiencia Gratificante de 360 º… realizarlo siempre en espacios cerrados.
Contiene: un paisaje de montaña, un baño en un precioso cañón repleto de peces, el canto de los pájaros, el olor de la Jara…
Necesario sumergirse en una piscina (o en su defecto una bañera con agua fría) para disfrutar con plenitud de la experiencia.
¡Importante! Para terminar la Experiencia deberá retirar previamente la perla de la consola. NUNCA apagar la consola antes…
Se introdujo la perla primero en la boca, tal y como lo remendaban las instrucciones. No era la primera vez que lo hacía, de manera que se había convertido ya en algo casi mecánico. Su sabor era como la hierbabuena. Según decían, los primeros receptores de la boca van preparando al cerebro para las experiencias que están por venir. Es decir, que el sabor de la primera capa estaba siempre relacionado con el paisaje posterior. Después metió la perla en la consola, que había colocado previamente en el soporte especial para Experiencias Gratificantes. El soporte se encontraba en el centro de la estancia que él usaba como baño. Encendió la consola y se sumergió en el agua fría. La sensación era perfectamente creíble, por mucho que algunos se empeñaran en decir lo contrario. Lo cierto es que Elliot siempre disfrutaba de este tipo de experiencias. No había nada comparable en el mercado en estos momentos.
La consola proyectaba una imagen tan real en las paredes que nadie podría saber con seguridad si la nieve de las montañas que podían verse al fondo era un espejismo o de verdad estaba ahí. Para comprobarlo era necesario palpar las paredes con tus propias manos y jamás podrías enfriar tus yemas con el hielo. Pero Elliot no necesitaba hacerlo. Le costaba tan sólo un par de segundos relajarse del todo y dejarse llevar por la ilusión que los expertos diseñadores de Experiencias Gratificantes habían creado esta vez para consumidores como él. La loza blanca de la bañera se había convertido en un pequeño tobogán de roca por el que fluía el cauce de un pequeño río de montaña. Podía ver los diminutos peces sorteando sus pies en el fondo. Una enorme libélula se paseó alegremente por delante de sus narices mientras se concentraba en escuchar el canto de lo que estaba seguro sería un Pico Menor. Casi pudo saborear el olor del tomillo y la lavanda en flor al tiempo que la luz del sol estampaba su calor en su frente como una vieja cámara de fotos.
¡Ah! ¡Esto es vida!, se dijo a sí mismo, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en la roca.
Dicen que ya no quedan sitios así en el mundo, pero de hacerlo, muy pocos querrían ya molestarse en ir a verlos. Nada era comparable a la seguridad de tu baño. Elliot había estado en el desierto, en la selva, en la Luna… y todo sin salir de casa. ¿Qué importancia tenía si aquello era real o no lo era? ¿Es que acaso alguien podía garantizarle que aquellos lugares existieron alguna vez, acaso fueron reales? ¿No podían ser, también, producto de nuestra propia mente?
Un esbelto gamo atravesó su calma y de un salto cruzó el cauce del río, revelando a su paso una fina cortina de irrealidad a la que Elliot no quiso prestarle atención. Eran pequeños defectos de diseño a los que terminabas por acostumbrarte, pero que mucha gente criticaba con fuerza porque podían sacarte de aquel viaje. Para sacarlo de su cabeza rápidamente, enfocó su mirada al horizonte y observó las montañas. Había algo en ellas que lo inquietaba profundamente. Las montañas no hablan, no se mueven, no hacen ruido, sólo están ahí. Las montañas no te devuelven tu humanidad. Te hacen sentir insignificante.
Después de un largo período de relajación terminó por dormirse, acunado por el rumor del agua golpeando erosivamente contra la roca.
Cuando despertó se encontraba en un estado de placidez tan grande que apenas pudo levantar el brazo para apagar la consola. Empezaban a arrugársele los dedos de las manos y los pies como una pasa seca. Al hacerlo sucedió algo extraño. Las nubes, las montañas, el manantial, el canto de los pájaros, los peces… no desaparecieron. Negando la aritmética de lo habitual, siguieron ahí, impertinentes.
Está bien, debo de haber apretado mal el botón… dijo en voz alta, al tiempo que volvía a estirar un brazo ahora inexistente. Enviaba la orden a su cerebro, pero su brazo, o no recibía el mensaje o había desaparecido por completo. ¡Y lo mismo sucedía con el resto del cuerpo! Su mente vagaba en el paisaje, pero su cuerpo se había esfumado.
¿Qué está pasando aquí? Recordó que había comprado la perla en una tienda nueva y la recibió también con una empresa de mensajería diferente. ¿Podía tratarse de una perla pirata de la que tanto se hablaba últimamente? Según comentaban podías tener experiencias realmente malas con perlas piratas. Se decía que se fabricaban en laboratorios clandestinos en países subdesarrollados. Incluso que se usaban como nuevos métodos de terrorismo. ¿Podría haberle tocado a él? Trató en vano de buscar las instrucciones. La imagen de la consola se superponía con tanta nitidez sobre lo que antes había sido el cuarto de baño, que le sería imposible encontrar cualquier objeto que no perteneciese a la Experiencia Gratificante. El baño parecía haberse mimetizado por completo en el nuevo paisaje.
Entonces lo recordó todo… NUNCA apagar la consola antes… Y él, lo había hecho. El sueño lo había sacado de su habitual rutina y, sin querer, había apagado la consola antes de retirar la perla. Ahora sólo quedaba disfrutar del paisaje…