Y llegará el día en el que te suban a una barca. Bueno, a un bote de goma. Y te coloquen en uno de los dos tubos de aire que a duras penas provocan que el artefacto consiga mantenerse a flote. Y estarás angustiosamente aplastado por otros que, como tú, tampoco saben nadar. Y lucharéis por no perder el equilibrio, a sabiendas de que una pequeña ola podrá derrumbaros de un golpe a todos. Y soportaréis juntos el frío que se eleva desde la profundidad (no sabes si del mar o de la humanidad), y el miedo, y el hambre, y el sueño. Dormir será tan sólo un horizonte demasiado lejano para vosotros, un privilegio de los que viven al otro lado, los que tienen derechos. Y todo merecerá la pena con tal de llegar al otro lado. Y recordarás lo que otros te han dicho: cuando llegues al otro lado tendrás derechos. Y no hablarás durante todo el viaje, sólo recordarás a los tuyos. Y quizás te mantenga despierto el llanto desesperado de algún bebé inquieto. Y pensarás una y otra vez en la muerte. Y soñarás despierto con unos zapatos secos que cubran tus pies helados. Y tendrás sed, por eso contendrás con más fuerza las náuseas que te arrancará el mar. Y sentirás cómo el motor amenaza con quedarse sin gasolina y detenerse. Y sentirás el papel mojado que entregaste a aquellos tipos para que te subieran a un bote inseguro y sin caldo suficiente para llegar al otro lado. Y te sentirás horriblemente estúpido. Y pensarás que todo es culpa tuya, que ser pobre es culpa tuya, que vivir sin derechos es culpa tuya y que intentar conseguirlos es un delito para alguien como tú.
Y la barca se detendrá. Y la goma de la que está hecha provocará ampollas en tus pies descalzos. Y pensarás de nuevo en la muerte, y en los tiburones que surcan el fondo marino, y en su estómago afilado y frío. Y comprenderás que habrán sido muchos los que, como tú harás en breve, habrán llevado sus huesos al fondo del mundo. Y llorarás asustado, incapaz de encontrar una solución a la inmensidad que se cierne sobre ti. Y vomitarás, aún a riesgo de deshidratación. Y, entonces, en mitad de la noche, cuando toda esperanza se haya perdido, el bote chocará contra algo. En mitad del océano. Una enorme sombra que parecerá engulliros. Y creerás en los monstruos, en el caparazón de la tortuga Morla, en el lomo de Movy Dick. Pero no. Tan sólo una isla. Un promontorio desolado en mitad del vasto mar.
Y descenderéis nerviosos a suelo firme con la esperanza de haber llegado a algún sitio seguro. Y caminaréis nerviosos por ese siniestro lugar. Y cuando salga el sol descubriréis horrorizados que en lugar de arena de playa, en lugar de hierba o palmeras, vuestra isla desierta, no es otra cosa que una acumulación de miles y miles de balsas de goma. Una tras otra, una sobre otra. Confirmando así el naufragio de nuestra sociedad.