Rondaría yo los veinte años. Cada mañana me comía alrededor de una hora y cuarto de viaje hasta la universidad, donde había comenzado a estudiar Educación Musical. En aquellos tiempos me interesaba poco o nada la política y la cuestión de “lo social”. Estaba mucho más preocupado por quedar con los amigos el fin de semana y saber si la chica que me gustaba iba a interesarse, aunque fuera sólo un poquito, por mí.
Cercanías hasta Atocha, cambio de andén hacia Nuevos Ministerios, Línea 1 o el 131 hasta Metropolitano. Facultad de Educación. Y, en todo ese trayecto, me acompañó siempre alguna lectura, pero sobre todo, mi walkman (que más tarde se convertiría en diskman). Recuerdo que cambiaba las cintas con mis compañeros de clase y, gracias a ellos, descubría nuevos músicos. Eran mi Spotify particular, mis gestores de contenidos musicales. También era el tiempo de las radiofórmulas, en las que la música era seleccionada a conciencia para un público juvenil que devoraba a golpe de modas todo lo que le caía en las manos. Las emisoras repetían una y otra vez los mismos supuestos éxitos, una ventana a un mundo musical reducido y muy marcado por las compañías discográficas, más pendientes de conseguir productos que generaran ganancias que de potenciar productos de calidad. Y, por supuesto, estas canciones hablaban de lo mismo que me interesaba a mí en aquella época: de nada. Sin embargo, aún se colaban en aquellas listas, cualquiera sabe por qué razón, algunos músicos cuyas letras hacían referencia a contenidos políticos. Me refiero a los cantautores.
Aún recuerdo cómo desgasté el cd “Atrapados en azul”, de Ismael Serrano. Consiguió meterse en las listas de éxitos de las cadenas de radio más comerciales, exponiéndose así al oído acrítico de muchos jóvenes como yo. Sus melodías sencillas y pegadizas fueron la melaza que me hizo engancharme a sus canciones. Confieso que lo único que me interesaba al principio de él eran las letras más sentimentales, las que hablaban de chicas, con las que solías identificarte. Pero también sucedía algo inusual. Entre canción y canción se colaba algún nombre, algún concepto que no entendía, una fecha. Y, de repente, sentías la necesidad de investigar un poco, profundizar más en el significado de sus canciones. Y así fue como descubrí a otros cantautores, como Silvio Rodríguez, Pedro Guerra, Luis Pastor, Labordeta, Aute, Krahe… Y así fue como, de repente, aparecieron en mi cabeza conceptos como los ideales, la libertad, la utopía… o lugares como Argentina, Cuba, Portugal, Brasil… o momentos históricos como la revolución rusa, la Guerra Civil, la dictadura chilena… Y así fue cómo empecé a descubrir que había gente que, a través de la música, trataba de luchar por un mundo más justo. Y entonces, soñé con serpientes, desperté al alba y al levantar la vista, hallé la libertad…
No digo que aquello me convirtiera en un activista, pero al menos tocó algunas fibras dentro de mi cabeza.
Fue la época dorada de muchos cantautores que, únicamente con su guitarra, conseguían despertar en nosotros ese último hilo rebelde y contestatario que aún no nos había conseguido cortar el nuevo mundo globalizado. Llegó un momento en el que había tantos que empezaron a resultarnos cansinos, aburridos, trasnochados incluso.
Y tal y como decía Miguel Ángel Hernando Lichis en la canción de La cabra mecánica “El último cantautor” con el mismísimo Ismael Serrano, “…alguien se me adelantó y mató al último nuevo cantautor”. Sí, alguien se nos adelantó y, de repente, los mató a todos de golpe. Quizás fuimos nosotros mismos, que empezamos a despreciarlos. O tal vez fueran las propias compañías de discos, que ya no veían en ellos un buen “producto”. O puede que ya no fueran útiles en este nuevo mundo marcado por los ritmos del mercado y la globalización.
El caso es que desaparecieron, o casi.
Y ahora, escuchando las radiofórmulas actuales y la música que se pone en ellas, me pregunto: ¿Quién se encargará de tirar de los hilos, si es que quedan aún, rebeldes y contestatarios, de los jóvenes de hoy?
Sí, ya sé que muchos de los jóvenes de los noventa bebían de otras fuentes mucho menos comerciales, y que, evidentemente, también hay jóvenes hoy, por suerte, que tienen referentes comprometidos desde diferentes ámbitos musicales. Lo sé. Sin embargo, pienso que los han desterrado de los medios masivos y que su influencia se centra fundamentalmente en jóvenes con un amplio bagaje cultural. El resto, la inmensa mayoría, no tiene esa suerte. Sólo espero que surjan nuevas voces capaces de volver a engañar a los que se encargan de seleccionar lo que debe mostrarse a la masa, con melodías simples o ritmos bailables, me da igual, pero que dejen la semillita del conocimiento y la reivindicación en las nuevas generaciones.