Escribir te convierte en una persona singular, capaz de escalar las más altas montañas, atravesar profundos océanos e incluso llegar hasta los lugares más recónditos del universo. Y no lo digo en sentido figurado o simbólico, sino que estoy profundamente convencido de que es así.
Porque el ejercicio de escribir requiere de hacer uso de la constancia, del esfuerzo, la valentía, la resiliencia… Esos son nuestros músculos, nuestro increíble poder, el que nos hace sentarnos delante de un papel en blanco día a día y enfrentarnos una y otra vez a la nada más absoluta, la que hay más allá del mundo conocido, el que nos proporciona esta realidad ya escrita, ya pensada para nosotros, predeterminada.
Porque escribir no es otra cosa que abrir nuevas sendas, inventarnos nuevos retos, desafiar al vacío. En cierto modo, somos exploradores, argonautas navegando la incertidumbre.