Se detuvo ante aquel cartel. Estaba convencido de que el día anterior, cuando pasó por allí, a la misma hora, después del trabajo, no estaba. No se trataba de un cartel normal, una valla publicitaria al uso. En aquella imagen no se anunciaba ningún producto o marca, no. Al principio no entendió el mensaje, pero luego lo vio claro. No lo había puesto ninguna empresa, ningún vendedor. No era eso. Era una fotografía, una simple fotografía tomada con una cámara corriente. Ni siquiera estaba bien enfocada y la luz era bastante precaria. Pero cumplía su cometido. No pasaba desapercibida para nadie. De hecho, eran ya varias personas las que observaban atónitas con el cuello doblado hacia el cielo en una pose esperpéntica que tenía algo de artificial. Era probable que fuera eso lo que pretendían los que la habían puesto allí. Provocar dolor en los espectadores de forma deliberada. Despertar conciencias. Denunciar una situación de la que rara vez informaban los telediarios. Obligar a mirar hacia el foco del problema. No había ninguna duda. Era como si la valla, de repente, hubiera adquirido un doble sentido: el publicitario y, al mismo tiempo, el de abofetearnos por nuestra necesidad de aislarnos del resto del mundo, de separar a los ricos de los pobres, de ocultar el miedo. Un elemento para decorar nuestro capitalismo enfermizo, nuestra más absoluta falta de empatía. La valla de las concertinas había rajado de golpe la del consumismo de alturas. Era una imagen terrible, completamente desoladora, insultante hasta el límite, inhumana. Había leído algo en las redes, pero desconocía que la situación fuera tan grave. Entonces le invadió la rabia y la repulsa. No podía quedarse quieto ante aquello, había que hacer algo.
Cogió el teléfono móvil de su bolsillo y marcó tembloroso varios dígitos. Se sentía irritado, superado. Éste dio la señal de llamada y, al instante, alguien, una voz de hombre anodina, contestó al otro lado.
– ¿Policía, dígame?
– Me gustaría denunciar un acto de vandalismo, agente. Alguien ha colocado unos carteles obscenos en una de esas vallas publicitarias. Creo que deberían enviar a alguien para que los retirara inmediatamente. Podrían verlo… niños… Es demasiado fuerte. No sé a quién se le ha podido ocurrir algo así, es de locos…
Tras finalizar la llamada se sintió más calmado, más seguro. Regresó a su ceguera diaria.