Desaparecen. Personas por todo el mundo. Son agredidas y después asesinadas. A sangre fría. A veces incluso delante de cámaras. Nadie sabe el motivo, simplemente ocurre. Lo hacen por el día y por la noche, a cualquier hora. Desde la infancia hasta la vejez, la edad no importa. Ni la clase social.
El agresor, el asesino, no es uno, ni dos. Son muchos. Se les podría llamar terroristas, porque están causando el pánico en la población. Los medios de comunicación están desconcertados. Los políticos no saben qué hacer.
Algunas personas tienen miedo de salir a la calle, temen por su vida. Es lógico. Están asustadas. Hoy han encontrado el cadáver de una, lo habían arrojado a un pantano.
Hay quienes aseguran que estamos en guerra. Una lucha desigual entre un agresor invisible y sanguinario y una víctima inocente. Afirman vehementemente que no podemos seguir consintiendo esta amenaza constante. Y puede que tengan razón. Tal vez haya que recurrir a la policía… O mejor aún, al ejército. Poner todos los medios a nuestro alcance para que esto pare, para que dejen de matarnos, para atrapar a los responsables de tanto dolor. ¿Quién no haría todo cuanto estuviera en su mano para defenderse? ¿Quién miraría para otro lado cuando todos estamos en riesgo?
¿Por qué lo hacen? ¿Cómo es posible que suceda en todas las partes del mundo al mismo tiempo? ¿Es una invasión? ¿Acaso un ataque terrorista? ¿Una enfermedad que vuelve loca a la gente? Quizás la ciencia encuentre los motivos algún día. Es aterrador pensar que pueda pasarte a ti, sin motivo alguno, sin haber hecho nada. Y que cualquiera pueda hacértelo. Dicen que no puedes fiarte de nadie, que cualquiera es susceptible de ser uno de ellos. Que les forman desde pequeños para hacer lo que hacen. A veces, incluso, su propia familia. Les lavan el cerebro lentamente y durante años, como una gota golpeando incesantemente en la roca.
Al parecer, sólo hay un elemento que une a todas las víctimas: ser mujer.
Carlos Candel 